El mejor Museo de Arte Abstracto es la Ciudad y mientras voy a la deriva por sus calles capturo con mi cámara fotográfica las obras expuestas allí.
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Llevo unos meses trabajando en la idea de que estamos rodeados de arte y belleza solo que en porciones mínimas, tan pequeñas que muchas veces escapan de nuestra mirada porque están ocultas en medio de la maraña de mensajes que recibimos a cada instante, especialmente en las ciudades. Mensajes que ocultan lo que de verdad importa, eso que está ahí para hacerte la vida más bella.
Pertenezco a una generación que hemos sido educados en la pintura abstracta desde que nacimos, aunque no siempre observada de manera benevolente, a veces incluso vista como un mal menor, como algo que había que aceptar porque estaba en los museos, incluso en España, que ha dado maestros de talla superlativa en el arte del siglo veinte.
Los ojos se educan —y las mentes se fertilizan— si se deja el suficiente espacio para que la felicidad de descubrir algo hermoso se cuele entre los mensajes oscuros y turbios que pretenden hacernos creer que el mundo es un lugar terrible.
En estas fotografías yo estoy encontrando la felicidad.