Esta es la historia de un viudo, Charles Laughton, que ve como sus hijas (sus hijas!!!) comienzan a tomar decisiones por su cuenta. Por su estructura y su sentido del humor podría perfectamente ser una obra de Calderón, pero me atrevería a asegurar que incluso Cervantes, o Shakespeare, la habrían firmado sin dudar. Pero esta historia transcurre en 1880, en un suburbio de un Manchester que ya es industrial y cuyas chimeneas humeantes aparecen siempre al fondo.
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Esta pequeña joya, que debería de ser una peli de culto entre las feministas, permanece en el olvido (al menos a este lado del Canal de La Mancha) casi setenta años después, a pesar de lo innovadora y refrescante que debió de resultar en aquellos no tan lejanos años 50.
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El gran David Lean, que solo dirigió 19 pelis en toda su vida, aunque algunas de ellas se cuentan entre las más grandes producciones europeas de la historia (Lawrence, Zhivago, Kwai), dirige esta pequeña maravilla, basada en una obra de teatro y rodada en blanco y negro, en decorados primorosamente realistas (tiendas, trastiendas y pubs) pero también cuenta con algunas sugerentes escenas filmadas en exteriores. Auténticas calles de barrios obreros o la orilla de un río muy contaminado le añaden un aire extrañamente neorrealista a esta farsa situada en la Inglaterra victoriana.
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Si Hobson solo podía ser Laughton la cámara se enamora de la presencia hipnótica de otro actor en estado de gracia, John Mills, que borda aquí una de las interpretaciones más honestas y verosímiles de todos los tiempos.
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Simpática, graciosa o divertida no suelen ser calificativos que acompañen a una obra maestra del cine, pero esta peli es uno de esos diamantes de los que solo hubo dos o tres en la historia. Hay que haberlo visto para creerlo.
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Y como digo siempre ‘No hay pelis viejas, solo hay pelis que no has visto’.
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