CINE: La maman et la putain (1973) Director: Jean Eustache

PELIS QUE HAY QUE VER (obligatoriamente).

‘La madre y la puta’ es una peli para quedarse a vivir en ella. No porque la vida que llevan los personajes sea fácil o envidiable. Lo es porque dura 3 horas y media y a mitad del metraje estás tan inmerso en sus vidas que pasan a ser familia. El título no tiene relación con la peli ni siquiera metafóricamente. Creo que el director lo eligió para epatar a los burgueses y nada más.
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La historia fluye a lo largo de interminables charlas de café, sesiones de escuchar discos viejos tirados en la cama y beber alcohol, mucho alcohol —en reuniones equivalentes a las de la maravillosa ‘Rayuela’, solo que veinte años después—, ya que esta es una peli tardía, de resaca y desencanto del mayo del 68, y por tanto de su activismo, que queda reducido más a la ‘actitud’ en el vestir, la manera de estar, que a posturas convencidas. De aquellos beatniks latinos de Cortázar y del mayo francés, solo ha quedado la estética, que sumada al blanco y negro de la peli y al rodaje de guerrilla que se intuye en las escenas de rodadas en las calles, donde no hay figurantes, sino peatones auténticos que se apartan cuando ven la cámara.
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Estética. Actitud, desencanto y estética. Es lo que queda. Cenizas. Y en esas cenizas nos revolcamos aprovechando la liberación sexual mezclada con un improbable ‘dolce-far-niente’ del protagonista, más cinematográfico que real.
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Personalmente creo que el actor protagonista, Jean-Pierre Léaud, es uno de los peores actores del cine europeo (su papel de musa de Truffaut lo encumbró como niño prodigio en ‘Los 400 golpes’ (1959) y en la trilogía que generó, obras fundamentales para entender la evolución de Francia tras la postguerra), pero no sabe fumar, no sabe beber (algo básico en el cine francés) y resulta muy poco convincente en su papel de bohemio sin blanca. Los gestos de sus manos son estudiados, medidos, y tiene un monólogo, con un larguísimo plano subjetivo fijo en su cara, en el que es obvio que está leyendo las líneas tras la cámara.
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Para mí él es un problema dentro de la peli, como en todas las que hizo de adulto, pero no consigue que me desvincule del todo de la peli y eso es gracias a las dos jóvenes actrices que se hacen con timón de la peli, Bernadette Lafont y Françoise Lebrun. Dos pequeños monstruos de la interpretación naturalista e hiperrrealista.
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Leo por ahí que Jean Eustache, director y guionista, exigió a los intérpretes fidelidad a cada una de las palabras de su guión. No hay ni una sola improvisación, lo que le otorga carácter de cine de autor a unos extremos poco conocidos.
Su director se suicidó a los 42 años tras dirigir tres pelis y varios cortometrajes, dejando tras de sí a un hijo que luego fue actor.
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Conclusiones, en realidad, ninguna. He visto una rebanada de la vida de tres personas contadas en tiempo real y sin una trama que llevarme a la boca. Eso sí, hay muchas palabras. Muchas. Muy bien dichas. Hay frases memorables. Hay momentos hipnóticos. Hay piezas menores en el interior de este monstruo cinematográfico que ya solo ellas valen la entrada del cine. También hay desidia, desdén, apatía y aburrimiento a escala 1:1.
Esta peli es una pieza de caza mayor, que tiene partes que no son aprovechables, pero la experiencia de haber ‘estado ahí’ hacen que merezca al menos un visionado.
Algo que se puede decir de muy pocas pelis (en realidad).
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