Comienza como una pantomima, caricaturesca y teatral, de las pelis de bandas de los años 50 (escenario, modo de hablar, actitud, vestuario), solo que progresivamente va recordando a una función de Samuel Beckett o a una peli oscura de Orson Wells.
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Rodada en Tulsa, Oklahoma. Ciudad en la que se desarrolla la novela en la que está basada, escrita por S.E. Hinton, escritora de cuentos infantiles, nacida en 1950, y que a los 15 años escribió ‘The Outsiders’, novela que Coppola rodó a la vez que esta. Aquella en plan gran producción, esta en formato intimo.
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El sonido —a diferencia de las pelis ‘realistas’— está siempre en primer plano, como si no hubiera distancias en los decorados, ni en las calles. Parece que todos los actores hablan a la misma distancia del micrófono, como en un serial radiofónico. Es posible que tenga relación con lo que he leído sobre los técnicos de sonido, que tuvieron que manipular los tracks de sonido a causa del susurro de Rourke, que se negó a hablar más alto. Si esto fuera así sería un descubrimiento casual, que regala una sensación ficticia (o quizás sobrenatural) del terreno en el que se mueven los actores a quién escuche atentamente.
Lo artificioso y teatral se ve también subrayado en las imágenes a medida que avanza la peli, por el uso del humo escénico, siendo a veces el protagonista (como en el teatro) de toda la escena.
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El espectral protagonista, ‘El chico de la motocicleta’ —un rey en el exilio—, ha perdido la visión en color y está sordo de un oído. Su manera de estar en el mundo está tocada en la línea de flotación. Rechazando su liderazgo, se explica: ‘Si quieres liderar a la gente tienes que saber dónde ir’.
Matt Dillon está fantástico, como si fuera un ‘pequeño Dennis Hopper’ y luego se entiende por qué…
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La mayoría de los personajes están descolocados, como si se hubieran equivocado de película o como si no hubieran sido bien elegidos para su papel. ‘Miscast’ es el término cinematográfico que usa el padre.
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Una tragedia americana en formato experimental, poética, pero sin caer en formulas manidas, sino usando un lenguaje nuevo.
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Cine, puro cine.
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