Esta enésima peli sobre el pobre Vincent es un proyecto fallido: se pensó como una mini-serie de cuatro capítulos para televisión y algo ocurrió en el camino que se decidió cercenarla para mostrar en cines la parte que ya nos han mostrado ya tantas veces: sus últimos años y su lucha por poder pintar.
La pareja protagonista, Tim Roth (como V) y el poco conocido Paul Rhys (como Theo) se hartan de darse gritos destemplados desde la primera secuencia, con un Roth neurótico, más que un artista atormentado parece aquejado del baile de San Vito, y aunque resulte convincente cuando dibuja del natural, tanto en su concentración como en su impulso creador arrollador, se nota en todo momento ausencia de construcción del personaje. Es como si te estuvieran diciendo al oído: ‘Tú ya conoces a V, o sea que vamos a abreviar metraje contando cómo se llega a ser V’. Tremendo error.
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Tengo que decir que vi una hora de peli (máximo estipulado en caso de que ostentoso desinfle del film), y Gaugin apenas acababa de aparecer, de manera que la parte más loca de la peli me la he perdido. No me importa. Gaugin es interpretado con un actor bajito, pálido y con poco peso, que ni siquiera aparece levemente bronceado, y eso que viene de la Martinica. Aunque viendo el Gaugin de ‘Van Gogh, a las puertas de la eternidad’ (2018), dirigida por Julian Schnabel, (una peli que me impresionó por su tratamiento del color y de los personajes) veo que también lo pintan como un alfeñique. No sé, eso se me hace raro. Donde esté Anthony Quinn que se quiten todos los otros gaugins.
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Luego está la marca de la casa de Robert Altman: Todos los personajes hablando a la vez, algo que no podía faltar y que hace todavía más insufrible el supuesto ‘entretenimiento’ que debe ser poder disfrutar de una buena peli.
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Un proyecto fallido, sin ninguna duda.
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